Fray Ambrosio de Valencina. Retrato anónimo hacia 1915. |
Fue el 5 de noviembre de 1859, siendo bautizado la noche de aquel mismo día con el nombre de Francisco de Asís Marín Morgado. El nombre elegido fue casi una premonición pues, con los años, la regla del santo italiano iba a convertirse para aquel pequeño en un verdadero camino vital.
Sus padres (Manuel Marín y Gabriela Morgado) eran «pobres de los bienes de la tierra», lo que llevó al joven a tener que emplearse en las faenas del campo. Eso no evitó que desde muy pequeño se aplicase al estudio de la virtud y las letras, jugando a menudo a «hacer altarcitos con estampas y flores, decir misa, predicar y remedar lo que veía hacer en la Iglesia» [2].
Gracias a los consejos de los sacerdotes don Fernando Díaz y don José Pabón logró superar una etapa de tibieza espiritual que le sobrevino con 12 años. Sin embargo, no sería hasta 1879 cuando un encuentro con el ya anciano fray Esteban de Andoain [3] iba a determinar toda su vida futura, ingresando en la Orden Capuchina el 15 de octubre de ese mismo año.
Entró en el noviciado de Sanlúcar de Barrameda, cambiando desde entonces su nombre, como es tradición entre los capuchinos, por el de fray Ambrosio de Valencina. Fue destinado después a Pamplona para continuar sus estudios, siendo ordenado sacerdote en Vitoria en 1884 y participando en 1886 en las misiones capuchinas en las Islas Carolinas.
Ocupó numerosos cargos de relevancia. Por nombrar sólo algunos, citaremos los siguientes: definidor y guardián del convento de Valencia (1892), guardián del convento de Sanlúcar de Barrameda (1893) y Ministro Provincial de Andalucía (1895-1902 y 1905-1910). Además, fue doctor en Teología y Cánones en la Universidad Pontificia de Sevilla (1897) y predicador de S. M. el Rey Alfonso XIII en 1907.
Fue fray Ambrosio quien restauró, bajo el nombre de la Inmaculada Concepción, la provincia capuchina de Andalucía, desaparecida tras las exclaustraciones de 1835. Bajo su mando, los capuchinos andaluces recuperaban así su entidad propia, después de integrarse durante un tiempo en la provincia de Toledo.
Junto al cardenal Spínola, que había fundado El Correo de Andalucía en 1899, fray Ambrosio tuvo un papel determinante en el impulso que recibió en estos años la denominada «buena prensa». Así, en 1900 fundó la Imprenta Divina Pastora en el convento sevillano, donde puso en marcha el 15 de febrero de ese año 'El Adalid Seráfico', una publicación ilustrada semanal distribuida mediante suscripción y con la que se pretendía la difusión del mensaje evangélico frente a la aparición de no pocos periódicos anticlericales.
Hombre ilustrado y de viva inteligencia, fray Ambrosio gozó de gran popularidad en su tiempo y destacó especialmente por su enorme trabajo literario y periodístico. Además de los numerosos escritos que vieron la luz en 'El Mensajero Seráfico' y 'El Adalid Seráfico', entre sus principales publicaciones pueden citarse «Flores del claustro» (1897), «Cartas a Teófila» (1897), «La vida religiosa» (1898), «Retórica elemental» (1899), «Lirios del valle» (1900), «Mi viaje a Oceanía» (1902) o «Soliloquios» (1903). Escribió, además, una reseña histórica en varios tomos sobre la provincia capuchina de Andalucía, así como un estudio sobre los capuchinos andaluces durante la invasión francesa. Sus obras lograron un gran éxito editorial, alcanzando algunas los 12.000 ejemplares.
Profesó gran devoción a la Virgen en sus advocaciones de la Inmaculada Concepción y la Divina Pastora, y así lo mostraba en sus elocuentes sermones, que «fueron celebradísimos; algunos aplaudidos en el mismo templo» [4]. Probablemente, su figura influyó notablemente en la incorporación a la Orden Capuchina de otros valencineros, como fray Luis o fray Ceferino de Valencina [5], así como del capuchino del pueblo vecino fray Ramón de Gines.
Su nombre sonó con fuerza para un Obispado, algo que él rechazó siempre. Una pulmonía fue el inicio de un progresivo deterioro de su salud. Falleció a los 54 años, el domingo 24 de mayo de 1914, fiesta de María Auxiliadora. Su cuerpo fue embalsamado y sepultado dos días después donde siempre decía misa, en la capilla de la Virgen de los Dolores de la iglesia del convento sevillano, tras desfilar una gran cantidad de personas ante su féretro.
El 31 de julio siguiente se celebraron en la parroquia de Valencina los solemnes funerales en su memoria, a los que «asistió todo el pueblo». Por suscripción popular se costeó una lápida que se colocó en su casa natal y que se inauguró ese mismo día por la tarde. Como conclusión de los actos, tuvo lugar una velada necrológica en la que intervinieron varias personas que destacaron diferentes aspectos de la vida y la obra de fray Ambrosio. El cierre lo puso fray Luis de Valencina, guardián por entonces del convento de Sevilla, quien dijo de fray Ambrosio que «con su sabiduría y sus virtudes, logró inmortalizar su nombre, más que si se hubiera buscado a sí mismo, e inmortalizar también a Valencina, que agradecida deberá conservar de él un perpetuo y glorioso recuerdo» [6].
JOSÉ RODRÍGUEZ POLVILLO
Publicado en la revista 'Octubre' (Valencina de la Concepción) correspondiente al año 2023.
[1] Manuel Fernández López era fraile franciscano del Monasterio de Loreto y confesor de la Infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II.
[2] El Adalid Seráfico. 1 de junio de 1914.
[3] Célebre por su faceta misionera en América. Fue declarado venerable por Juan Pablo II en 1989.
[4] El Adalid Seráfico. 1 de junio de 1914.
[5] Otro ilustre valencinero, fray Diego de Valencina, era casi de la misma edad que fray Ambrosio.
[6] El Adalid Seráfico. 10 de agosto de 1914.