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LA TINTA DE LA MEMORIA

José Rodríguez Polvillo

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Los disciplinantes, por José Gutiérrez Solana (1933)
Cerca de 500 años llevan los cruceros de Gines rindiendo culto a la Santa Vera Cruz de Cristo, una devoción que, desde los orígenes, tiene su culmen cada año en la procesión de los hermanos y devotos por las calles del pueblo como demostración pública de Fe.

Aunque sin perder nunca su esencia como expresión de una devoción, en estos casi cinco siglos la Hermandad ha visto modificada de manera importante su presencia en la calle. En las siguientes líneas nos acercamos a aquella primitiva cofradía, de la que diremos, como primera y significativa diferencia con respecto a la actual, que tenía lugar en la noche del Jueves Santo.

Las Reglas de 1844, que transcriben las del siglo XVI, recogen con todo lujo de detalles cómo era aquella procesión de la Hermandad y Cofradía de la Santa Vera Cruz de Gines en esta época fundacional, cuando presentaba una disposición prácticamente calcada a la de la Vera Cruz de Sevilla de estos años.

A modo de preparación, el Domingo de Ramos se hacía un cabildo general en el que se les requería a los cofrades "si están confesados y les hagan que se pidan perdón unos a otros". De no hacerlo, debían aportar una limosna equivalente a media arroba de cera que se dedicaba a los gastos de la procesión. Independientemente de ello, todos los presentes estaban obligados a echar en una vasija grande dispuesta para la ocasión "una limosna (...) la que cada uno quisiere para ayudar a los gastos de la cofradía".

Participar en la procesión era obligatorio para todos los hermanos. Así, el mismo Jueves Santo, antes de salir la comitiva, el escribano tomaba nota de todos los cofrades presentados para participar en la salida, comprobando así "quien falta y no viene a cumplir su juramento como es obligado". Se les citaba a las cinco de la tarde y debían acudir confesados y comulgados "so pena de perjuro".

La procesión salía de noche desde la Parroquia, emprendiendo su recorrido hasta la iglesia de San Pedro, en Cazalleja de Almanzor [1], regresando después al templo de Nuestra Señora de Belén.

Una procesión de flagelantes en Países Bajos  (1350)

Abriendo la procesión figuraba "una seña negra con una cruz colorada" portada por uno de los mayordomos junto a otros seis cofrades "con sus hachas vestidos de negro". A continuación, iban dos filas de cofrades de sangre, con un cofrade de luz iluminando cada cinco disciplinantes. Este esquema se repetiría hasta el final de la cofradía, donde podía verse "un crucifijo grande en su cruz", el cual era portado siempre por una "persona eclesiástica y que vaya vestido con su camisa negra". Le acompañaban seis cofrades "con sus hachas y camisas negras" y varios clérigos. La cera empleada era "verde (...) con un escudo colorado". Cuando era posible, acompañaban la comitiva varios cantores y "una trompeta tañendo de dolor".

Además, tras el crucifijo se podían unir a la comitiva personas no pertenecientes a la Hermandad , las cuales eran puestas en orden por cuatro hermanos designados para ello y que portaban "varas y bastones verdes en las manos". Esta incorporación de no hermanos a la comitiva era habitual, con idea de "ganar los perdones de la Santa Bula", en alusión a las gracias e indulgencias otorgadas por el Papa Paulo III para todos los que participasen en las cofradías de la Vera Cruz tanto el Jueves como el Viernes Santo.

Durante toda la procesión, los cofrades de sangre se autoflagelaban, causándose heridas (especialmente en la espalda) con idea de identificarse mejor con el sufrimiento de Cristo en su Pasión. Esta práctica se venía llevando a cabo desde hacía tiempo en el seno del cristianismo, primero por parte de los religiosos de manera privada y a partir del siglo XV por parte de los laicos y de manera pública a través de las cofradías.

Vestían "camisa de anjeo [2] curado y largas hasta el suelo con capirotes romos que cubran el rostro". Cada uno de ellos debía llevar su propia disciplina, que debía ser "de manojo con sus rodezuelas", si bien la Hermandad disponía de estos aparejos para los cofrades que no los tuvieran, que debían pagar tres reales por el préstamo. Las citadas rodezuelas eran "como unos bolillos de cera, cubiertos de hilo basto, cuyas extremidades terminaban casi en punta, y en su centro, que figuraba una rueda, estaban embutidas varias piedrecitas, adelgazadas sus puntas, con las cuales se herían notablemente los que se disciplinaban" [3]. Además, estos cofrades ceñían el cordón de San Francisco y el escudo en el pecho "con las insignias de la Santa Vera Cruz y sangre de Cristo", yendo descalzos en su mayoría, salvo casos especiales.

Procesión de disciplinantes (círculo de Goya) Siglo XIX

Estaban obligados a hacer la disciplina cada Jueves Santo durante toda su vida "salvo por vejez o por otra causa legítima", y si estaban indispuestos o se encontraban fuera del pueblo el Jueves Santo, debían dar una limosna "para que sea absuelto del juramento".

El otro tipo de hermanos al que hemos aludido al describir la procesión, los cofrades de luz, no podían ser más de la cuarta parte del número total de cofrades de sangre y, al contrario que estos, no realizaban la disciplina el Jueves Santo, sino que se dedicaban a portar las velas o hachas que iluminaban la comitiva, además de ayudar a los disciplinantes y a los oficiales de la Hermandad en todo lo que fuera necesario. Para acceder a la cofradía debían pagar 12 reales y dos libras de cera, justo el doble que los cofrades de sangre.

Una vez que la procesión completaba su regreso, se entregaba a los hermanos "algunos confites y vino" para reponer fuerzas. Además, uno de los mayordomos y varios cofrades habían preparado para entonces en vasijas grandes un lavatorio "para el bien y salud de nuestros cuerpos". Con ello se ayudaba a que cicatrizasen las heridas producidas por la disciplina en los hermanos de sangre, evitando infecciones y otros problemas.

Terminaba así la procesión de la Vera Cruz por las calles de Gines, una demostración pública de Fe que, con los matices que imprime el tiempo, sigue vigente casi cinco siglos después.


JOSÉ RODRÍGUEZ POLVILLO
Publicado en el Anuario de la
Hermandad Sacramental de Gines 2022


[1] Ya en 1688 hay constancia del mal estado de este templo, dependiente de la Parroquia de Nuestra Señora de Belén. La iglesia de Cazalleja fue derribada en 1727.

[2] El anjeo era un tejido basto a modo de lienzo.

[3] BERMEJO Y CARBALLO, José: 'Glorias religiosas de Sevilla'. 1882.

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El retablo mayor de la iglesia parroquial
de Santiago de Castilleja de la Cuesta.

El retablo mayor de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol de Castilleja de la Cuesta es una obra neogótica del siglo XIX cuyo conjunto fue restaurado y enriquecido en 1994 por el tallista Guzmán Bejarano [1], incorporándosele a partir de este momento también una serie de pinturas para completar el conjunto que hoy vemos.

El motivo principal de la notable transformación que sufrió el retablo en aquellos años fue la entronización de Nuestra Señora de la Soledad en la presidencia del mismo, un hecho que tuvo lugar en 1992.

En las siguientes líneas, nos disponemos a desglosar el programa iconográfico de dicho retablo, cuyas bases podemos encontrarlas en el primer Renacimiento italiano, reproduciéndose de manera prácticamente idéntica distintas obras de maestros del 'Quattrocento' que identificaremos a lo largo del presente estudio.

EL PROFETA JEREMÍAS

Comenzando por la zona superior izquierda del retablo santiaguista, identificamos en primer lugar una pintura que reproduce la realizada por el insigne Piero della Francesca entre 1452 y 1466 para la basílica de San Francisco en Arezzo, en la Toscana italiana. Se trata del Profeta Jeremías, que en el templo de Santiago vemos, al igual que en el original, sobre fondo oscuro.

La obra de Della Francesca forma parte de una serie de frescos ubicados en la capilla Bacci del citado templo italiano y denominados genéricamente 'La leyenda de la Vera Cruz'. El conjunto está considerado, de manera unánime, una de las obras maestras de toda la pintura renacentista.

La fidelidad de la pintura santiaguista con respecto al original es prácticamente total, reproduciéndose al santo tanto en idéntica posición como de manera idéntica en cuanto al colorido y disposición de sus ropajes.

MARÍA MAGDALENA

El profeta Jeremías y María Magdalena, en el 
retablo santiaguista de Castilleja.
Nos detenemos ahora en la segunda pintura de la zona superior del retablo de Santiago. Al igual que en el caso anterior, encontramos aquí que el modelo elegido es, de nuevo, un fresco del pintor renacentista Piero della Francesca. Se trata en este caso de la María Magdalena de la Catedral de San Donato, de nuevo en la ciudad de Arezzo (Italia). Coetánea del modelo anterior, está fechada en 1460.

La santa viene identificada fundamentalmente por uno de sus atributos más característicos: un tarro de cristal para ungüentos que sostiene en su mano izquierda y que, tal y como recoge el Evangelio [2], sirvieron para ungir el cuerpo de Cristo.

Mientras que el modelo italiano aparece enmarcado por un arco con decoración clasicista, en la parroquial santiaguista de Castilleja se opta por el fondo neutro. En esta línea, otras variaciones destacables entre ambas representaciones son el cambio en el tipo de calzado y la tonalidad del manto de la santa.

EL ARCÁNGEL GABRIEL

Del grupo de seis pinturas que flanquean la imagen de Nuestra Señora de la Soledad nos centramos a continuación en las dos intermedias. Se trata de dos figuras concebidas de manera prácticamente idéntica aunque en posiciones invertidas, a modo de espejo, reforzando con ello la simetría general del retablo. Curiosamente, ambas representan al mismo personaje bíblico: el Arcángel Gabriel en el momento de la Anunciación.

La primera de estas figuras simétricas, la situada en el margen izquierdo, sigue de manera prácticamente idéntica al Arcángel del Políptico de San Antonio realizado por Piero della Francesca hacia 1469 para el convento dedicado a este santo en Perugia. La obra original está ejecutada al temple sobre tabla y se conserva actualmente en la Galería Nacional de Umbría [3], en Perugia, situándose la escena de la Anunciación, de la que está tomado el arcángel, en la parte alta del políptico.

Representación duplicada del arcángel Gabriel
en el retablo mayor castillejano.

La reproducción del templo santiaguista sigue de nuevo al detalle el modelo italiano, tanto en la posición arrodillada de la figura, la disposición de las manos, la forma y el color de las vestimentas, e incluso el gesto del arcángel, con la única diferencia, al igual que en el caso de María Magdalena, de la eliminación del fondo arquitectónico que completa el ático del políptico transalpino.

En el flanco opuesto del retablo de Castilleja de la Cuesta encontramos una figura prácticamente idéntica pero con sus rasgos a la inversa y con casi la única diferencia con respecto al anterior del color del cabello y de los ropajes. No se trata, por lo tanto, de una nueva figura propiamente dicha, ni se busca aquí una nueva obra que replicar como en el caso del Arcángel Gabriel de Della Francesca. Por el contrario, lo que se pretende con esta figura especular es la total simetría y el equilibrio de las formas propio de la primera etapa del Renacimiento a la que alude todo el conjunto.

SAN PEDRO Y SAN JUAN BAUTISTA

Las dos últimas de las pinturas principales del retablo de la parroquial de Santiago, situadas en la zona inferior del mismo, guardan una estrecha relación entre sí. De hecho, ambas recrean dos de las tablas que componían el Políptico Griffoni, realizado hacia 1470-1473 por Francesco del Cossa y Ercole de Roberti para la capilla de la familia Griffoni de la Basílica de San Petronio, en Bolonia.

Estas obras representan a San Pedro (izquierda) y San Juan Bautista (derecha) respectivamente, siendo las originales pintadas al temple y oro sobre tabla por el citado Francesco del Cossa.

El retablo de Castilleja de la Cuesta
incluye estas representaciones de
San Pedro y San juan Bautista.

El políptico al que pertenecían originalmente estaba dedicado a San Vicente Ferrer (canonizado en 1455, poco antes de su realización) y fue lamentablemente despiezado en el siglo XVIII. Actualmente, las tablas correspondientes a ambos santos se conservan en la Pinacoteca de Brera (Milán) [4].

Destaca aquí especialmente la gran fidelidad de las pinturas del templo santiaguista con respecto a los modelos italianos, reproduciendo con todo detalle tanto las posturas de las figuras como los pliegues de los ropajes y el colorido de ambos santos, que apenas difieren de los originales en pequeños rasgos, como la aparición de una única llave en San Pedro (en lugar de las dos de la pintura italiana) y la no inclusión en la versión castillejana de la filacteria que acompaña al San Juan Bautista pintado por Del Cossa.

De nuevo en las reproducciones de la parroquial santiaguista de Castilleja se ha prescindido de los paisajes originales para llevar las figuras de los santos a unas estancias interiores recreadas a partir de una solería idealizada y fondos neutros.

Señalemos, por último, que ambas figuras ocupan en el retablo santiaguista idéntica posición a la que ocupaban en el Políptico Griffoni, es decir, San Pedro a la izquierda y San Juan a la derecha, flanqueando ambas la figura central, ocupada en el original por el ya citado San Vicente Ferrer y en la parroquial de Santiago por Nuestra Señora de la Soledad.

ESCENAS DE LA PASIÓN EN LA PREDELA

Las pinturas de la predela reflejan
escenas de la Pasión de Cristo.
Mención aparte merece la predela o banco inferior del retablo, cuyas pinturas son muy desconocidas incluso para los propios fieles debido a su tamaño reducido y a la dificultad de acceder a ellas por encontrarse en el propio presbiterio. En este caso, el programa iconográfico gira en torno a diferentes escenas (nueve en total) de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. De izquierda a derecha, las escenas representadas y los modelos escogidos para ello son los siguientes:

1.- Entrada en Jerusalén (Giotto).

2.- Cristo en el huerto de los Olivos (Giovanni Bellini).

3.- Beso de Judas (Giotto).

4.- Flagelación (Giotto).

5.- La última cena (Giotto).

6.- Camino del Calvario (Giotto).

7.- Crucifixión (Piero della Francesca) (Incluido en el Políptico de la Misericordia).

8.- Lamentación sobre Cristo muerto (Giotto).

9.- La resurrección de Cristo (Piero della Francesca).

Como puede observarse, de nuevo aquí los modelos elegidos son renacentistas o precursores del Renacimiento, como es el caso de Giotto.

De nuevo aquí se reproducen de manera idéntica los motivos originales, salvo en el caso de la 'Lamentación sobre Cristo muerto', de Giotto, representada en la parroquial santiaguista de Castilleja de manera invertida.

TRES AUTORES PARA UNA OBRA CORAL

Siguiendo los citados modelos italianos, las pinturas de la parroquial santiaguista de Castilleja fueron realizadas en el último tercio del siglo XX por tres autores diferentes. En primer lugar, Fernando González Camacho ejecutó las dos situadas en la zona inferior: San Pedro y San Juan Bautista. Después, Ignacio Tovar y Manuel Villadiego se repartieron las cuatro restantes, realizando Tovar las de San Jeremías y el Arcángel Gabriel de la derecha, y Villadiego la Magdalena y el arcángel ubicado a la izquierda.

Las pinturas de la predela también corrieron a cargo de Ignacio Tovar que, tal y como recuerda él mismo, fue quien eligió los temas tanto de sus propias pinturas como de las de Manuel Villadiego. En esta elección tuvo un peso fundamental su estancia en Italia apenas dos años antes, donde se había 'empapado' de los autores del 'Quattrocento'.

EL PROGRAMA ICONOGRÁFICO EN SU CONJUNTO

Dejando al margen las imágenes escultóricas que completan el retablo (Santiago Peregrino y Santo Domingo de Guzmán), cuyo análisis excede del objetivo de este artículo, podemos concluir que las obras pictóricas del retablo mayor de la parroquial de Santiago Apóstol de Castilleja de la Cuesta responden a un programa iconográfico de una importante significación.

Así, Jeremías aparecería en representación de todos los profetas, simbolizando el cumplimiento de las Sagradas Escrituras en la vida y enseñanzas de Jesucristo. Al otro lado, María Magdalena vendría a representar al conjunto de los seguidores de Jesús, más allá incluso del grupo de los Doce, simbolizando además (a través del tarro de ungüentos) la vinculación de la Hermandad Sacramental de Santiago Apóstol con el enterramiento de Jesús a través de su Titular, el Santísimo Cristo de los Remedios.

La doble representación del Arcángel Gabriel, de manera simétrica a ambos lados de Nuestra Señora de la Soledad, destaca la más estrecha ligazón de María con Cristo a través de la Encarnación, así como el título de la Virgen como Reina del Cielo ante la que se postran los coros celestiales.

Por último, las dos últimos figuras representadas, San Pedro y San Juan Bautista, vendrían a reflejar la continuidad temporal de la Fe, con San Juan Bautista como precursor de Cristo y San Pedro como continuador de su autoridad en la Tierra a través de la Iglesia.

Digamos para terminar que, salvo las ubicadas en la predela, todas las obras tomadas como referencia para la elaboración de las pinturas del retablo santiaguista fueron realizadas en un muy corto periodo de tiempo, apenas 20 años, y que sus ubicaciones originales apenas distan unos 250 kilómetros entre sí.

Todo lo expuesto nos habla bien a las claras de un retablo mayor claramente inspirado en el primer Renacimiento italiano, una obra en la que se reproduce una selecta colección de obras de autores de primerísimo nivel.

José Rodríguez Polvillo
Archivero de la Hermandad Sacramental
de Santiago Apóstol de Castilleja de la Cuesta



[1] PRIETO GORDILLO, Juan: 'La Hermandad de la Plaza de Castilleja de la Cuesta (1370-2000)'. Castilleja de la Cuesta, 1999. Pag. 27.

[2] Marcos, 16:1.

[3] Galería Nacional de Umbría: https://gallerianazionaledellumbria.it/

[4] Pinacoteca Brera: https://pinacotecabrera.org



FOTOS: Antonio Jesús Sánchez Guerra y Rafael Tovar Villadiego.
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