He cruzado hoy mi camino con el documental “Garbo, el espÃa”, que narra la sorprendente historia del español Juan Puyol GarcÃa, agente doble durante la Segunda Guerra Mundial y el gran artÃfice, mediante su labor de engaño, del triunfo del decisivo Desembarco de NormandÃa y la posterior derrota nazi.
El audiovisual se subtitula con todo acierto “El hombre que salvó el mundo”, porque fue eso justamente lo que consiguió, en gran medida, una solo hombre, una circunstancia por cierto bastante desconocida por el gran público.
La historia demuestra que sus vaivenes, para bien o para mal, están impulsados a menudo por individuos concretos, que se convierten en los auténticos factores del cambio. Las masas, por el contrario, quedan relegadas las más de las veces a un papel secundario, cuando no absolutamente irrelevante.
Como bien decÃa Margaret Mead, “nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado”.
El audiovisual se subtitula con todo acierto “El hombre que salvó el mundo”, porque fue eso justamente lo que consiguió, en gran medida, una solo hombre, una circunstancia por cierto bastante desconocida por el gran público.
La historia demuestra que sus vaivenes, para bien o para mal, están impulsados a menudo por individuos concretos, que se convierten en los auténticos factores del cambio. Las masas, por el contrario, quedan relegadas las más de las veces a un papel secundario, cuando no absolutamente irrelevante.
Como bien decÃa Margaret Mead, “nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado”.