El Señor de mi niñez

No recuerdo exactamente cuándo nos presentaron. Nadie recuerda la primera vez que vio a su padre. El inicio de nuestro encuentro se pierde en la memoria como lo hace el perfil de tu paso, apenas dibujado entre la nebulosa del incienso que anuncia tu llegada.

Quizá no recordar aquel primer atisbo pueda deberse a que, en realidad, nunca se produjo. Quizá no hubo un inicio porque… tampoco habrá un final, quizá mi mente se niegue a recordarlo para no poner a lo nuestro ni siquiera los límites de las horas.

Si la infancia es el tiempo sin tiempo, como decía el poeta, encontrarnos siendo yo un niño era, sin duda, la mejor manera de encontrarnos para siempre. Sin abrir los labios, me hablaban de ti a cada paso, en cada gesto… porque para contar las cosas importantes las palabras apenas alcanzan. Viendo a mi padre seguirte aceptando tu dictado como un nuevo José, sentí la necesidad, quizá la curiosidad, de conocerte mejor.

Y así fue como quise verte un día cualquiera, en el reposo silente de tu féretro. A través del cristal de los siglos, la mirada del niño se asomaba dejando ver, a la vez, una mezcla de zozobra y profundo respeto. Tu silueta inmóvil, recortada sobre el fondo de un duelo perpetuo, enseñaba a aquel pequeño asustadizo verdades que no llegaría a comprender hasta mucho después: un cuerpo desnudo para proclamar la banalidad de las riquezas de este mundo; las yagas de tu martirio para dar testimonio de que no hay vida sin cruz; unos ojos entreabiertos que anuncian la inminencia de Vida después de la muerte…

Eso fue lo que vi entonces, lo que veo ahora al mirar al Señor de mi niñez. Cada día me pregunto, sin embargo, qué ve Él cuando sus ojos reparan en mí...

Si contigo me derrumbo
es porque en ti hallo consuelo,
tan lejos estamos del cielo,
que de alcanzarlo sucumbo.

Cristo de los Remedios,
muéstranos el camino,
déjame verte siempre
con mirada de niño.


Colaboración de José Rodríguez Polvillo con "El Muñidor del Aljarafe" 2015, publicado por la web Pasión de Aljarafe 

JRP