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LA TINTA DE LA MEMORIA

José Rodríguez Polvillo

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El verano de 1927, hace casi un siglo, contó en Gines con un acontecimiento que a buen seguro debió de resultar un enorme atractivo en un pueblo que por entonces no llegaba ni a los 1.500 habitantes. 

El domingo 28 de agosto de ese año se celebró en la localidad un festival flamenco de alto nivel, un evento de inspiración benéfica que destinó su recaudación a la lucha contra la tuberculosis. 

La organización corrió a cargo de una «Junta de Damas» que presidía doña Inés Sagastizábal, esposa del doctor Francisco Galnares Díez de la Lama, director del hospital de la Cruz Roja de Capuchinos en Sevilla y propietario de la hacienda de la Concepción de Gines, conocida popularmente como hacienda de Galnares y actual Centro Municipal de Educación Permanente. 

Al igual que su marido, que fue una figura de gran relevancia en la Sevilla de la época, doña Inés participaba y promovía habitualmente numerosas causas filantrópicas, especialmente en la capital, aunque en esta ocasión quiso llevar su iniciativa benéfica al pueblo donde tenía su hacienda familiar.

Los cantaores anunciados para la actuación «en el teatro» del pueblo fueron «Niño del Puerto», el gran Marín, Antonio Ruiz «El Cordobés», Pedro Galera «El Pescadero» y «El Niño de Marchena» (Pepe Marchena), al que El Noticiero Sevillano calificaba como «coloso del cante jondo» y «rey de los fandanguillos». También intervino «el notable cantador de tarantas» Rafael Santiago, de Linares, «que ha venido desde Madrid para tomar parte en la función». Todos ellos estuvieron acompañados a la guitarra por Antonio Serrano. 

Además de estos reconocidos cantaores del momento, el festival incluyó también un concurso de cante flamenco en el que tomaron parte aficionados de la localidad y de pueblos cercanos, con un jurado presidido por el propio «Niño de Marchena», que acudió al festival de manera totalmente desinteresada. 

El periodista en El Noticiero Sevillano aseguraba que «no se pueden buscar más atractivos en un programa», augurando «un éxito grande a la junta organizadora del benéfico espectáculo». 

Aquel festival benéfico de hace un siglo nos deja un llamativo precedente de los actuales festivales flamencos de Gines, que se iniciaron en 1979 con las actuaciones en El Molino de artistas como Chano Lobato, Romerito de Jerez, Miguel Funi y Antonio Saavedra, entre otros. 


José Rodríguez Polvillo
Publicado en El Nuevo Periódico de Gines - Noviembre de 2025
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Hace 70 años, el 19 de marzo de 1955, se inauguraba oficialmente el antiguo campo de fútbol San José de Gines. En medio de un ambiente festivo, aquel día para el recuerdo se enfrentaron el Sevilla FC de Helenio Herrera y el equipo de aficionados de nuestro pueblo. Ganaron los sevillistas por 7-1, anotando Manuel Fernández (Gambó) el único tanto de los locales. 

Lo que no es tan conocido es que hubo una inauguración oficiosa antes de esa inauguración oficial. Fue el 6 de febrero, domingo, en un encuentro «con fines benéficos parroquiales» que fue promovido (al igual que el que había de celebrarse un mes más tarde) por parte del coadjutor de la parroquia, el sacerdote Francisco Gil Delgado. 

Las crónicas de la prensa de la época reflejan incluso las alineaciones que presentaron ambos conjuntos, que fueron las siguientes: por parte del «Casados Club de Futbol» jugaron Matías, Alberto, Celso, Ricardo, Eguía, Jiménez, Pepe, Alfonso, Trujillo, Paco y Antonio. Por el «CD Solteros» formaron el once Eugenio, Paquito, Pérez-Montiel, Fernando, Dionisio, Antonio, Manuel, Luis, Montiel, Galicia y Domingo. Actuó como árbitro el aficionado local Enrique Holgado. 

En su crónica publicada en El Correo de Andalucía el 9 de febrero, el corresponsal destacó «el mal estado del terreno de juego por las últimas luvias caídas» y el «numeroso público» asistente, señalando que «los solteros, más entrenados, dieron la batalla desde el primer momento, tardando los casados en entrar en juego, pese a su mejor técnica». 

Así, el equipo de solteros se adelantó en el marcador con un 2-0 gracias a los goles de Montiel y Luis, acortando distancias los casados por medio de Paco. Ya en la segunda mitad, Galicia hizo el tercero para los solteros y Alfonso el segundo para los casados, llegando el empate a tres por medio de Celso, que anotó una falta «sacada espléndidamente». 

«Una jugada desgraciada de la defensa de los casados» sirvió para adelantar de nuevo a los solteros, llegando el empate a cuatro gracias a un remate de Pepe que aprovechó un rechace de un córner en el área de los solteros. 

Todavía llegarían más goles. Un tanto en propia meta de Matías puso la cuenta en 5-4 para los solteros, pero «faltando escasos minutos para la terminación del disputado partido, en un saque de esquina lanzado por Paco, de extraordinario remate de cabeza Trujillo clava el quinto tanto» de los casados para establecer el empate definitivo. 

El partido concluyó «entre grandes aplausos del público», que disfrutó así de un peculiar estreno antes de la inauguración oficial del antiguo campo de fútbol San José. 

 José Rodríguez Polvillo
Publicado en El Nuevo Periódico de Gines - Septiembre de 2025
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En el verano de 1935, hace ahora 90 años, el nombre de Gines sonó mucho en los Países Bajos. Hasta nueve periódicos de aquel país publicaron en pocos días una pintoresca crónica, obviamente escrita en neerlandés, en la que se contaba la historia de un torero retirado que por entonces se dedicaba a la industria de la aceituna en nuestro pueblo. 

Bajo el título «Memorias de famoso torero», la prensa centroeuropea hablaba así sobre Manuel Torres Reina, miembro de la célebre saga de diestros tomareños de «Los Bombita» y también conocido como «Bombita III». 

Al menos desde 1930, Manuel tenía una industria de aderezo y envasado de aceitunas en la hacienda La Merced de Gines, un histórico edificio que Juan de Dios Soto había cedido al Ayuntamiento el año anterior para ubicar en él la Escuela Nacional del municipio. Tan grande era la hacienda que el consistorio decidió alquilar parte de la misma para ubicar en ella diferentes negocios, entre ellos la fábrica de aceitunas de Bombita. 

En este contexto, el cronista de la prensa neerlandesa comienza su escrito señalando que «Hace un tiempo, visité al famoso torero Manolo Bomba en Gines, cerca de Sevilla», destacando al exmatador como «el rey universalmente reconocido de las aceitunas andaluzas». La crónica continúa diciendo que «Las aceitunas de Gines no son aceitunas comunes, como las que se encuentran en cada esquina. Son las más grandes y sabrosas de su especie». 

El tamaño y la calidad de aquellos frutos quedó reflejado por el autor de la crónica de la manera más gráfica posible: «Me mostró una lata llena de aceitunas. ¿Aceitunas? Uno cree tener ciruelas delante. Así de grandes son. "¡Sí!", me dijo el feliz plantador de Gines. Mis aceitunas no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. En Londres y Nueva York, los grandes restaurantes solo las piden aquí, y como puedes ver, valen la pena. ¿Sabes cuánto pesan? ¡Sólo necesito 20 piezas para llenar un kilo!», señalando a continuación que «por lo general, se necesitan 300 aceitunas» para conseguir dicho peso. 

Parece que Bombita no exageraba, al menos no demasiado. Basta con ver la foto que reproducimos y que publicó La Estampa apenas un mes antes en un amplio reportaje que, casi con toda probabilidad, sirvió de base para los textos sobre Gines que llenaron la prensa holandesa en el verano de 1935. 

José Rodríguez Polvillo
Publicado en El Nuevo Periódico de Gines - Julio de 2025
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El próximo 11 de septiembre se cumplirán 250 años del nacimiento en Gines de Narciso Heredia Begines de los Ríos, quien con los años llegó a ser conocido internacionalmente como Conde de Ofalia, convirtiéndose en un personaje clave en muchos aspectos de la España del siglo XIX. 

El nacimiento tuvo lugar en la antigua hacienda de Santa Rosalía (actual Casa de la Cultura ‘El Tronío’). Así se indica en la semblanza que aparece en el libro «Escritos del Conde de Ofalia» [1], que recoge buena parte de la obra de nuestro personaje y cuya biografía inicial fue escrita por Fernando Álvarez, funcionario público que trabajó con Ofalia. 

En el Archivo Parroquial de Gines [2] conservamos su partida de bautismo, que dice así: 

En domingo, días diez y siete de septiembre de mil setecientos setenta y cinco años, yo el doctor don Francisco Serrano, Fiscal del Juzgado de testamentos de la ciudad de Sevilla, con permiso de don Manuel Antonio de la Rosa, cura y beneficiado propio de la iglesia parroquial de esta villa de Gines, bauticé solemnemente en ella a Narciso, José, Jacinto, Jerónimo, que nació el día once de dicho mes y año, hijo legítimo de don Narciso de Heredia y Spínola, y de doña María de las Mercedes Bejines de los Ríos, vecinos de dicha villa, fueron sus padrinos don Diego Bejarano y doña Mayor Bejarano, vecinos de dicha ciudad, a quienes advertí el parentesco espiritual y la obligación de enseñarle la doctrina cristiana, y lo firmé, fecha supra. Doctor Francisco Serrano y Durá. Don Manuel Antonio de las Rosa, cura. NOTA MARGINAL: Narciso José Jacinto Jerónimo fábrica 4 reales de vellón 

Durante mucho tiempo se especuló con la posibilidad de que el pequeño Narciso hubiese nacido en nuestro pueblo de manera circunstancial, apuntando a que el alumbramiento se habría producido en Gines durante una visita de sus padres a unos familiares o amigos, o simplemente por pura casualidad, tratando de desvincular así a Ofalia de sus raíces ginenses. 

Lo cierto, como vemos en el documento parroquial que da fe de su bautismo, es que sus padres eran «vecinos de esta villa», algo que corrobora el ya citado Fernando Álvarez, quien señala que la hacienda era «propia de su familia». 

Estos datos, que desmienten el nacimiento fortuito en Gines, se han podido confirmar recientemente por informaciones localizadas en otros archivos y que hoy publicamos por primera vez en este artículo. 

Así, el 17 de octubre de 1773 [3] el abuelo del futuro Conde de Ofalia, Narciso Fernández de Heredia, compró la hacienda a su entonces propietario, Manuel de Zamora, y apenas 6 días después (el 23 de ese mismo mes) la traspasó a su hijo, Narciso Fernández de Heredia y Espínola, padre del futuro Conde. 

De manera que cuando el pequeño nace (1775), efectivamente la hacienda era propiedad de su familia, aunque no lo iba a ser por mucho tiempo más porque en agosto de 1776 alquilan la parte de trabajo del edificio (bodega, lagar...) a Juan Míguez, para acabar vendiéndola por completo el 4 de marzo de 1778 a Manuel de Aguirre y Basaguren. 

El Gines en el que nació Ofalia apenas tenía 500 habitantes y una economía que giraba en torno a las haciendas, entre ellas la de Santa Rosalía, su 'casa natal'. Poco después del nacimiento de nuestro protagonista, la familia se traslada a Almería, donde realiza sus primeros estudios, y después a Granada, donde se doctora en Filosofía, Leyes Civiles y Sagrados Cánones. 

Con apenas 23 años comienza sus primeros pasos en la carrera diplomática, para la que pronto mostró grandes dotes gracias a su carácter abierto y dialogante. De hecho, el mundo diplomático sería su principal dedicación a lo largo de su vida, aunque las circunstancias le llevaron a ocupar cargos políticos de gran relevancia a los cuales nunca aspiró e incluso intentó rehusar. 

Fue así como se convirtió en Presidente del Gobierno (o su equivalente de entonces) en dos ocasiones. La primera, bajo la denominación de Secretario de Estado entre el 25 de diciembre de 1823 y el 11 de julio de 1824, durante la etapa absolutista de Fernando VII. La segunda, como Presidente del Consejo de Ministros, del 16 de diciembre de 1837 al 6 de septiembre de 1838, ya durante el reinado de Isabel II y la regencia de María Cristina. 

Sumando ambas etapas, ostentó la máxima responsabilidad del Gobierno 463 días (1 año y 98 días), un periodo que puede parecer corto según los estándares actuales pero que no lo es en absoluto si tenemos en cuenta la gran cantidad de gobiernos que se sucedieron en estos convulsos años del siglo XIX español. 

No fueron estos, sin embargo, los únicos cargos políticos que ocupó. En 1823 fue nombrado Ministro de Gracia y Justicia, y en 1832 Ministro de Fomento, un súper-ministerio que no existía hasta ese momento y bajo el que se agruparon competencias muy variadas: desde obras públicas hasta el comercio interior y exterior. También controlaba la administración general del Estado, la educación, los ayuntamientos, la policía y la seguridad ciudadana. 

El título de Conde de Ofalia, con el que se le conoció en toda Europa, no fue nunca privativo suyo, sino que lo ostentó como consorte de su segunda mujer, María Dolores de Salabert y Torres, hija del marqués de Torrecilla. Gracias a sus méritos como diplomático, en 1833 Fernando VII creó el título de marqués de Heredia (con Grandeza de España) a favor de Narciso, que sin embargo siguió utilizando públicamente el de conde de Ofalia, con el que se había hecho muy conocido a nivel internacional durante sus embajadas en Londres y París. 

Tras conocer la muerte de sus dos esposas y sus dos hijas, y con no pocos achaques de salud, el Conde de Ofalia murió en 1843 a los 68 años de edad. La suya es una historia de conciliación y servicio, la de un diplomático al que las circunstancias del país le llevaron a ocupar importantes cargos políticos que nunca deseó. Situado en el 'centro político' de su época (entre los carlistas y los liberales), su trayectoria pública vino marcada por cualidades muy ligadas a los rasgos de su propia personalidad. Su carácter dialogante y moderado, su desinterés personal, su patriotismo, su búsqueda del entendimiento y su fidelidad (al rey y a los intereses de España), le convierten en alguien digno de admiración, aunque lamentablemente muy desconocido todavía en el pueblo que le vio nacer.

José Rodríguez Polvillo
Publicado en la Revista de la Feria de Gines 2025

[1] Publicado en 1894. Incluía textos recopilados por el segundo marqués de Heredia, nieto de Ofalia. 
[2]  APG. Libro 5 de Bautismos. 
[3]  AHPSe. Protocolos de Gines. Leg. 21056.
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Es costumbre muy asentada en la Hermandad del Rocío de Gines que, durante las Eucaristías de la Solemne Novena a la Virgen y en la peregrinación de Pentecostés, suene la Marcha Real en el momento de alzar las sagradas especies. 

El origen de esta práctica en España cuenta ya con más de dos siglos y medio de tradición, y tenemos que buscarlo en los honores de Rey que las Ordenanzas Militares de Carlos III [1] otorgaban al Santísimo Sacramento. 

Dichas ordenanzas se aprobaron el 22 de octubre de 1768, estableciendo en su título primero, denominado «Honores Militares», que entre los honores a tributar al Santísimo «por la Infantería se presentarán las Armas, y batirá [2] la Marcha desde que se aviste, hasta que se pierda de ojo». Se establecía, por lo tanto, que ante Jesús Sacramentado se interpretase la misma composición que ante el propio monarca. 

Esta «Marcha» a la que se alude en las Ordenanzas de Carlos III se refería entonces a la que tradicionalmente se conoce como «Marcha Real Fusilera» [3], utilizada en esta época como «marcha de honor». Sin embargo, con los años la «fusilera» fue perdiendo su posición en favor de la «Marcha Real Granadera» (actual Himno Nacional), que sustituyó de manera oficial a la anterior por Real Orden de 5 de Setiembre de 1853. 

A lo largo del siglo XIX encontramos nuevas disposiciones que refrendan el uso de la marcha real (ahora ya la «granadera») como forma de rendir tributo al Santísimo. Así, una Real Orden circular de 5 de octubre de 1859 aclaraba el comportamiento que debían mantener las tropas en las iglesias, indicando que «las músicas y bandas han de sonar únicamente para tocar la marcha Real a la elevación de la Hostia y del Cáliz». 

Dicha indicación se vería ratificada años más tarde mediante una Real Orden de 21 de marzo de 1880, que corroboraba lo indicado por la de 1859 y señalaba que «las músicas y bandas militares se limiten a tocar únicamente la Marcha Real a la elevación de la Hostia y del Cáliz». 

Ya en el siglo XX también encontramos diversas normativas que recogen honores reales para el Santísimo. Así, por ejemplo, el Decreto de 24 de julio de 1943, por el que se aprueba el Reglamento de Actos y Honores Militares, indica en su artículo 36 que «Las bandas de cornetas, tambores y músicas; interpretarán el Himno Nacional mientras dure el acto de Alzar». Idéntica redacción presenta el Decreto 895, de 25 de abril de 1963, que actualizaba el reglamento anterior. 

En esta línea, mucho más recientemente, en 1984, el Real Decreto 834, de 11 de abril [4], por el que se aprueba un nuevo Reglamento de Honores Militares, establecía en su artículo 58 que «Al Santísimo Sacramento le serán tributados los honores militares de arma presentada e Himno Nacional (primera parte completa)». 

Tanto se extendió y tan habitual se hizo la tradición de hacer sonar la Marcha Real ante el Santísimo que este gesto piadoso podemos encontrarlo reflejado en varias obras literarias de renombre, como «Fortunata y Jacinta» (1887), de Benito Pérez Galdós, o «Los pazos de Ulloa» (1886), de Emilia Pardo Bazán, además de «Glorias de Sevilla» (1859), de Vicente Álvarez Miranda. 

Con el tiempo, lo que comenzó siendo la rendición de honores reales al Santísimo Sacramento por parte del estamento militar pasó por asimilación al ámbito civil, del mismo modo que se interpreta también la Marcha Real, por extensión, a las imágenes de Cristo y de la Virgen María en la entrada y salida de los cortejos procesionales, ampliándose así los honores reales a diversas manifestaciones de lo sagrado. 

Visto todo lo anterior, parece claro que la composición que nos ocupa se toca ante el Santísimo, y esto es lo fundamental, en calidad de Marcha Real, no de Himno Nacional, por lo que no cabe entender su interpretación a la luz de ninguna significación política, sino de reconocimiento de la más alta dignidad para quien es Rey de reyes. 

En este sentido, la realeza y majestad de Dios es un tema recurrente en las Sagradas Escrituras. Así, se le aplican los títulos de Rey de los siglos (Timoteo 1,17), Rey de Israel (Juan 1, 49), Rey de los Judíos (Mateo 27,11), Rey de Reyes (Daniel 2,37; Apocalipsis 17,14; Apocalipsis 19,16), Rey de las naciones (Apocalipsis 15,3) y Príncipe de los reyes de la Tierra (Apocalipsis 1,5). Lo encontramos incluso en la palabra del propio Cristo, cuando responde a Pilato: «Tú lo dices: soy rey». (Juan 18, 37). [5]

La interpretación de la Marcha Real en honor al Santísimo es, por lo tanto, una piadosa tradición con más de dos siglos y medio de historia en España, un tesoro con el que se rinden los más altos honores a Su Divina Majestad. 

José Rodríguez Polvillo
Publicado en el Anuario de la Hermandad del Rocío de Gines 2025


[1] «Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus ejércitos» (1768). 

[2]  La RAE define «batir la marcha» como «tocar la marcha con el clarín o con la caja». 

[3] SANTODOMIGO MOLINA, Antonio. 2020. «La hermana olvidada de una trilogía para honores: La Macha real fusilera». Estudios bandísticos • Wind Band Studies 4: 213-35. 

[4] El nuevo Reglamento de Honores Militares aprobado por Real Decreto 684/2010, de 20 de mayo, dejó sin efecto el de 1984. Esta circunstancia no permite actualmente la rendición de honores al Santísimo por parte del personal militar, pero obviamente no limita los honores que puedan ser rendidos por parte de personal civil. 

[5] Sobre la realeza de Cristo, véase más ampliamente la Encíclica «Quas Primas», de Pío XI (1925).
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Entre los elementos simbólicos asociados a la Hermandad de Santiago Apóstol de Castilleja de la Cuesta, destaca de una manera singular la bandera blanca con cruz roja que recorre las calles de la localidad cada mañana de Domingo de Resurrección junto al Simpecado de Nuestra Señora de la Soledad entronizado en su carreta. 

Dicha bandera, que luce los colores asociados a la propia Hermandad, debe entenderse sin embargo como una pieza simbólica de mucho mayor calado que una simple divisa, emparentándose con imágenes recurrentes en la iconografía cristiana, sobre todo en lo referente a la Resurrección de Cristo, que la Hermandad celebra de una forma tan especial. 

En este sentido, podemos relacionar la bandera blanca y roja de la Hermandad de La Plaza con el lábaro de la Resurrección, un elemento de gran tradición en el arte cristiano que tiene en la hermandad santiaguista de Castilleja un eslabón más pleno de significado. 

En su origen, el lábaro era (así lo define la RAE) un estandarte romano, de modo que lleva asociado desde los inicios un doble componente que continúa presente en el uso actual del término: por un lado, una función de representación, y de otro, una simbología militar que lo une indefectiblemente al concepto de victoria. 

El 'salto' del lábaro al mundo cristiano hay que buscarlo en la célebre batalla del Ponte Milvio (28 de octubre del año 312), en Roma, cuando el (todavía pagano) emperador Constantino tiene una visión que iba a resultar de enorme trascendencia. Lo que vio nos lo cuenta Eusebio de Cesarea, contemporáneo del emperador, quien relata cómo Constantino le contó personalmente que «vio con sus propios ojos, en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz, construido a base de luz y al que estaba unido una inscripción que rezaba: con este signo vencerás» [1] (en latín, «in hoc signo vinces»). Otro cronista contemporáneo a los hechos, Lactancio, señala que Constantino incluso hizo grabar aquel 'signo vencedor' en los escudos de sus soldados [2]. 

Sólo unos meses más tarde, ya en 313, el propio Constantino y el también emperador Licinio firmaron el Edicto de Milán [3], que significó el cese de la persecución de los cristianos, paso previo a la futura adopción del cristianismo como religión oficial del imperio, que sucedería en 380, ya bajo el mandato de Teodosio I [4]. 


A partir de ahí, la iconografía cristiana acabaría asociando el lábaro (o estandarte) con la cruz [5] al momento de la Resurrección de Cristo, representación de su victoria sobre la muerte y el pecado. Con alguna leve discrepancia por parte de algunos artistas, lo cierto es que se acabaría imponiendo un modelo muy concreto en estas representaciones: una cruz roja sobre un fondo de tela blanco.

La lista de artistas que han seguido este modelo es tan interminable como del más altísimo nivel pictórico a lo largo de la Historia. Por nombrar sólo algunos, citemos las representaciones de la Resurrección realizadas por Andrea di Bartolo (1410), Fra Angelico (1442), Andrea Mantegna (1459), Piero della Francesca (1465), Boticelli (1490), Perugino (1499), Rafael (1502) Veronese (ca. 1560) o Juan Bautista Maino (1612), entre otros muchos. 

La correlación de los colores y su significado parece clara. Así, el blanco representaría la luz como oposición a la muerte y la oscuridad, vencidas ya por Cristo. Por su parte, la cruz en tonos rojos funcionaría a modo de reminiscencia de la sangre del Señor como fuente de la Salvación del mundo y la liberación del pecado. 

Las representaciones del lábaro con cruz roja sobre fondo blanco van, sin embargo, más allá de la propia iconografía de la Resurrección, pudiendo encontrarse también, de manera más puntual, en imágenes de Cristo en los infiernos, del Agnus Dei, de la Ascensión, de la Aparición de Cristo a María Magdalena e incluso de Cristo como Salvador del mundo. 

En esta línea iconográfica, de larguísima tradición en la Iglesia como acabamos de ver, es en la que hay que enmarcar la bandera blanca con cruz roja que la Hermandad de Santiago enarbola cada Domingo de Resurrección en 'La Vuelta'. Con ella decimos, llenos de alegría, que Cristo ha vencido a la muerte y que la suya será siempre una bandera de triunfo y salvación.

José Rodríguez Polvillo
Archivero de la Hermandad Sacramental de Santiago Apóstol

Publicado en el anuario 'De Santiago' (Marzo de 2025), de la Hermandad Sacramental de Santiago Apóstol de Castilleja de la Cuesta


[1] DE CESAREA, EUSEBIO: «Vida de Constantino». Libro I, Cap. 28. 

[2] LACTANCIO: «Sobre la muerte de los perseguidores». 

[3] Ambos emperadores indican textualmente en este documento legislativo que «hemos creído nuestro deber tratar (...) el respeto de la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás, facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera», señalando además que «hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su religión». 

[4] Edicto de Tesalónica. 

[5] Inicialmente los cristianos fueron muy reticentes a identificarse a sí mismos con la cruz por su carácter infamante.
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